A las ocho y media de la tarde en horario en Doha, el caso Orlando Ortega dio un nuevo vuelco. El Tribunal de Apelación confirmaba que, para resarcir a Ortega de los perjuicios provocados por McLeod, le concedía el bronce de la prueba, la mínima medalla, que compartirá con el francés Pascal Martinot Lagarde, quien llego tercero a la meta.
La resolución definitiva responde a motivos de deportividad. Es la última baza que les queda a los españoles. Es la opción que reconoce el artículo 163.2 a) del reglamento IAAF. Acogiéndose a ese artículo, la española había pedido que se repitiera la carrera. O que Ortega pudiera volver a competir, aunque fuera en solitario. Incluso, que solo los afectados volvieran a competir. O en última instancia, que se le concediera la medalla a Ortega como un gesto de deportividad. Y ocurrió lo último por lo que España no volverá sin medalla de Doha.
Diez minutos después del anuncio oficial del Tribunal de Apelación, a las 20.40 horas, debía empezar la ceremonia de entrega de medallas de los 110 metros vallas y ya no podría celebrarse sin el español. Al final hubo que retrasar una hora el acto, esperar que Ortega cruzara la ciudad entre un notable atasco, pero hubo podio para él, hubo fiesta.
Fue el cierre más feliz. Después de no haber podido dormir ni una hora -tras la carrera también le tocó control antidopaje y se marchó del Estadio Khalifa casi al amanecer. “Han sido las 24 horas más largas de mi vida; por no decir las 48 horas, con los preliminares de la final –decía al fin, harto de hablar todo lo que no había hablado durante el día”.
“He llorado mucho. Y me he sentido superado, con todo perdido. Porque cuando vas a un campeonato no esperas verte así. Pero hay que pasarlo: los 110 m vallas son una prueba muy difícil y con rivales muy complicados”. Sostuvo Ortega con el bronce en el cuello.